martes, 20 de agosto de 2013

¿A dónde va la música?

Cuando de repente lees la noticia de que un componente de uno de tus grupos de cabecera ha fallecido, en primer lugar te jode y en segundo lugar te hace reflexionar.

Hace unos días moría Allen Lanier, miembro y fundador de Blue Öyster Cult, uno de esos grupos cuyo material discográfico es, en una palabra, colosal. Triste término éste para describir toda una trayectoria. Habría mucho que decir de este grupo pero ese trabajo se lo dejo a los críticos, al fin y al cabo, yo sólo soy una amante de su música. ¡JA! esto me hace pensar en una metáfora; la amante nunca critica solo se involucra porque vale la pena, sólo disfruta, y yo, soy de esas que prefieren cerrar los ojos cuando pone un disco y dejarse llevar, como si te arrastrasen las manos de la persona que amas, empujados por la pasión del amor y el deseo.

Pero volvamos a la reflexión, que me estoy yendo por las ramas del teclado. Mi preocupación es la siguiente. ¿Tocó techo la música entre los años 70s, 80s y 90s?. ¿Qué sucederá cuándo tristemente nos desaparezcan del panorama musical los grandes de la música rock y metal? ¿Existen hoy grupos a su nivel? ¿Sabrán mantener la línea y la calidad? Más aún, ¿podrán sorprendernos con un sonido nuevo tras llegar a los niveles del metal más extremo?

Demasiados interrogantes y tempranos aún para otorgarles respuesta. Quizás no sean más que una parte de esa gran pregunta eterna del qué queda después, qué viene luego. Quizás ame tanto este arte que me muera de ansias por abarcar más, por saber más, por llegar a más. Quizás sólo sean ganas de vivir para verlo todo. Tal vez tenga esperanzas en un futuro, o tal vez, simplemente, sea una enamorada romántica de lo maravilloso que todos ellos me han brindado.

Venga lo que venga, cumpliré mis años, agudizaré mis oídos, mis ojos vidriosos por la vejez asistirán a cuantos conciertos puedan, pero al morir, y si mi conciencia me lo permite, sonará en mi mente ese solo del Comfortably Numb pinkfloydiano que me enseñó lo que era erizarse la piel ante un solo de guitarra, cerrar los ojos, y volar, siempre volar...






domingo, 4 de agosto de 2013

Como nocilla para galleta.

Como nocilla para galleta. Así debería ser la vida, todo debería encajar. ¿Sería más fácil verdad?

Imaginad que los lunes encajaran bien en los planes, que pudiéramos encuadrar muchos planes en un fin de semana, que el sol brillara sin dar demasiada calor, y lloviera para acompañar nuestra melancolía.

Si, sin dudas sería todo de color de rosa. Pero el rosa es alegría porque existen colores que se le oponen. Y esa es la verdadera gracia de la vida; la imperfección.

Nos empeñamos en que todo sea perfecto, desde nuestra sonrisa hasta la forma de morir que imaginamos, pero la perfección no existe y a mi entender es necesario que así sea. Le debemos mucho a las imperfecciones del camino, tropezar es bueno para aprender a levantarse, es la mejor forma de valorar el estar en pie.

Hablemos de las imperfecciones en el amor. Cuando el amor no es tal sino que es una mera ilusión pasajera, no se perdonan las imperfecciones, intentamos moldear a esa persona hasta practicarle una lobotomía, sacarle toda su esencia, transformarle en lo que no es para al final dejarle porque no nos llena. En contra de ello está el verdadero amor. Aquel en el que las imperfecciones son tan pequeñas que no las percibes, y al percibirlas, las adoras tanto como a aquel que las tiene. No cambias a esa persona, la dejas ser quien es. Y le tienes para siempre en tu vida porque te llena siendo como es. Has respetado su ser y solo así algo puede ser eterno.

¿Qué pasaría si tu madre no te diera consejo alguno por no darte un sofocón? ¿Serías quien eres? A veces vemos la imperfección en una molestia perfecta; en los consejos de las madres, los padres, los amigos, los hermanos. Quienes nos quieren nos aconsejan y a veces duele pero si seguimos ese consejo resulta que al final todo resulta como nocilla para galleta y salimos victoriosos al comprender que donde veíamos la perfección estaba lo imperfecto.

Sólo entendiendo que la imperfección siempre estará presente le huntaremos nocilla a la galleta y la disfrutaremos. Hay que comerse la vida con todos sus ingredientes.